
El 18 de agosto de 1989 quedó marcado para siempre en la memoria colectiva de Colombia. Aquella noche, en la plaza principal de Soacha, el país perdió a una de sus más grandes esperanzas de cambio: Luis Carlos Galán Sarmiento. Treinta y seis años después, los ecos de ese crimen aún resuenan en la vida política y social de la nación.
Este lunes, familiares, autoridades y ciudadanos se reunieron nuevamente en el municipio de Soacha para rendir homenaje al “Caudillo Liberal”. En medio de ofrendas florales, discursos y momentos de silencio, se recordó no solo al líder político, sino también a sus escoltas Julio César Peñalosa y Santiago Cuervo, quienes murieron aquella fatídica noche protegiendo su vida.
Pese a la fuerza simbólica de esta fecha, la Secretaría de Transparencia de la Presidencia de la República no programó este año actividades oficiales, a pesar de que la Ley establece que cada 18 de agosto debe impulsarse una campaña nacional en memoria de Galán y de sus valores éticos en la lucha contra la corrupción. La decisión ha generado cuestionamientos y un vacío en la conmemoración institucional.
En paralelo, la justicia sigue reescribiendo capítulos de este crimen de Estado. Apenas el pasado 12 de agosto inició el juicio contra los generales en retiro de la Policía Nacional Óscar Peláez Carmona y Argemiro Serna Arias, así como contra el exdetective del desaparecido DAS, Héctor Ernesto Muñoz, alias La Bruja. La Fiscalía los acusa de ser coautores del delito de homicidio con fines terroristas, señalando que actuaron en complicidad con el Cartel de Medellín en la planeación y ejecución del magnicidio.

El proceso, que se reactivó con fuerza desde 2021, se suma al reconocimiento que en 2016 hizo el Consejo de Estado, declarando el asesinato de Galán como un crimen de Estado. La conmemoración de hoy, más allá de las ceremonias simbólicas, recuerda a los colombianos que la justicia aún tiene deudas pendientes con la verdad.
Treinta y seis años después, Galán sigue siendo símbolo de integridad y de la lucha contra la corrupción. Su voz silenciada aún resuena como advertencia: la democracia colombiana no puede descansar mientras persistan las sombras de la violencia y la impunidad.