
Referencia emisora Nodal AM
Por Cristian Camilo Yate Rodriguez / Octubre 22,2025
Para Dios, tengo 13 años; según mi cédula, tengo 31, y con ella he cargado el peso de la historia de mi país.
Desde mi paso por este hermoso mundo, he sido testigo de todo: desde la maravilla de observar un oso de anteojos, hasta el placer simple de disfrutar un plato de comida hecho por mamá. Sin embargo, sé que Colombia es remarcada globalmente por algo más profundo que la amabilidad de su gente y sus tesoros hechos territorios, y eso es la guerra. Es una palabra que, tristemente, siento que está inscrita en el ADN de cada colombiano.
Nuestra tierra ha soportado incontables conflictos y baños de sangre. Las pausas de paz, aunque existen, son lamentablemente pocas. Esta es una carga histórica que llevamos todos, y por ello, la paz se siente más como una ilusión efímera que como una realidad consolidada.
En este año 2025, observo con dolor cómo esa paz es desafiada nuevamente. La fragilidad de nuestra esperanza compartida se ve flanqueada por grupos como las disidencias de las FARC, el ELN y el Tren de Aragua, quienes ejercen un peso diario en nuestros medios como noticia de primera plana, inundándonos de odio, rencor y dolor. Yo, como muchos, me encuentro pensando en esos momentos de unidad, cuando la gente se junta clamando palabras de unión y esperanza en lugares como la Plaza de Bolívar. Y entonces, me asalta la pregunta: ¿Qué hemos dejado de hacer para asegurar esa paz que tanto anhelamos y que tan pocas veces logramos sostener?
Recuerdo con claridad esos breves momentos de logro, como la desmovilización del M-19 en los 90 o los acuerdos de paz con las FARC-EP en 2016. Para mí, y sé que para muchos, esos procesos nos dieron un rayo de luz. Sin embargo, cuando analizo ambos momentos, me duele ver que comparten similitudes muy duras: la reaparición de actores de la guerra, la muerte de excombatientes, la falta de garantías y la persecución.
Viajé a esos años y volví en un pestañeo, y la dura verdad me golpeó: los cambios sustanciales en la estructura del conflicto han sido frustrantemente escasos. Se sigue hablando de guerra, de «dar bala», y se generaliza a personas de ciertas regiones con estos actores armados. Vivimos exhortos de los tiempos pasados, pensando que eran mejores. Siento que los jóvenes, con su fuego, siguen el nuestro, y como país, parecemos condenados a repetir nuestra historia.
Pero no sé si esto es un destino ineludible. Lo único que sé es que mientras el mundo cambia, Colombia parece quedarse igual. Sin embargo, quiero cerrar esta reflexión con la convicción más profunda: tengo la esperanza de que todo puede cambiar, al igual que aspiro a ser el buen hombre que quiero llegar a ser. Nuestra paz no es solo un acuerdo; es un acto de voluntad diaria y un voto de fe en nosotros mismos para recordar que somos mejores. Nuestra paz no es un documento firmado, sino un voto de fe diario para recordar que somos mejores que nuestro pasado.